ANECDOTARIO

Papá, mamá...creo que fui valiente al tomar esta decisión. Lo que hice, lo hice por mis derechos, por las cosas que realmente siento, por las que siempre me enseñaron, a luchar por lo que quiero.
Quizás me hubiera gustado ser médico o carpintero, como vos papá. Que con esas manos hicieron tantas cosas para el hogar, para vender o regalar. Recuerdo cuando era niño, y te ayudé a hacer una cama, tu dedicación, tu entusiasmo. Hoy, papá quiero una cama, quiero dormir calentito, quiero dormir, descansar y soñar lindo...pero no puedo. Si me duermo, no sé que me pasará. Pero mi esperanza está viva, hasta que las cosas se arreglen. Sé que van a pasar. Sabes que no rezo, que no le pido nada a Dios, pero decile a mamá que lo haga. Ella siempre estuvo en contacto con Dios, y Él, sólo la escuchará a ella.
Mamá...mi gorda! cómo te extraño! Ya sé que estas llorando, pero  no lo hagas, porque te siento, y lloro cada vez más...Si supieras como extraño tus charlas, tus mates, tus comidas, y cuanto las necesito para que me den fuerza para seguir, para continuar...
Mamá, me arrepiento y te pido perdón por las veces que te hice sufrir, por las veces que me quejé, por las veces que sólo por mi culpa llorabas, porque vos ya presentías que esto iba a pasar. Te pido perdón, por haberte arruinado tantas veces la mesa familiar, porque una llamada me obligaba a salir de casa. Mamá, ¡como extraño decirte mamá! Necesito de tus abrazos cálidos, de tu beso en mi mejilla, de tu mirada tan tierna, que a pesar de las dificultades de la vida, seguís, te caías, te levantabas, continuabas. Tranquila mamá, todo pasará, esto pasará, y volveremos a esos domingos en familia, compartiendo las risas de mis primos, y las travesuras que siempre hacíamos.
Gracias a los dos por enseñarme los valores de la vida, aunque quizás, hoy se sientan arrepentidos, porque por brindarme libertad, (la que hoy me falta) por eso, hoy estoy aquí, pero es por lo que yo sentía que debía hacerlo, y así lo hice.

CARTA DE UN HIJIO A SUS PADRES

No se encontró al autor de la misma, ni los padres pudieron reconocer la letra. Esta carta pertence a uno de los 30.000 desaparecidos.
Que no se repita nunca más!
 
YAMILA ALCARAZ DEL CASTILLO
 
MEMORIAS DEL EXILIO
En el período 1974-75 estaba en Madrid, disfrutando de una beca, como graduada universitaria. Desde allí y con inocencia más ingenuidad, recibía las noticias del caos que en Argentina se producía por el pésimo gobierno de la viuda de Perón y el creciente ascenso de la violencia de todos lados; más tarde sabría de qué lado.
A la vuelta (Julio de 1975) la crisis se agudizó; la sensación de desastre, persecución, muerte, desaparición y miedo impregnaba todas las relaciones. Sin embargo uno seguía viviendo aún cuando cada día se sabía: se llevaron a tal, lo secuestraron a fulano, no se sabe dónde está la fulana, etc. En las noches se veía a los “falcon verdes” pararse en cada cuadra, en cada una atropellaban a una familia, destruían, robaban y “chupaban” a alguien. En mi caso de manera inconsciente pienso, me negaba a aceptar que algo nos pasaría o que algo me pasaría a mí. No tenía recaudos de ningún tipo: seguía estudiando y trabajando, relacionándome con la gente con la que estudiaba, trabajaba y  enseñaba. Pero de  igual manera sufríamos la represión: en cada situación mostrar los documentos, demoras en los ómnibus, pasear en auto con la familia y detenernos para mirarnos como si fuéramos delincuentes. El terror, la parálisis, el miedo.
Mis espacios de relación en el trabajo tenían que ver básicamente con la escuela Roque Sáenz Peña de Bella Vista, Tucumán, su directora y colegas a los que recuerdo con mucho cariño, por su reconocimiento y afecto. Allí ingresé en marzo de 1974. Recuerdo a la directora en especial, Ema Madrazo, que arribó a la dirección luego de un concurso de antecedentes y oposición, quien entendía la conducción con unas convicciones muy raras para la tradición escolar. Estimulaba y entendía mi juventud intelectual así como mis iniciativas (y la de todos). Allí inicié una aventura de trabajo como maestra titular con mi gran amiga y compañera Violeta Gunset. Juntas soñamos y produjimos una experiencia innovadora en el primer grado, enseñando a leer y escribir a niños.
Recuerdo muy bien el comienzo de clases del año 76 con los militares instalados en cada escuela para dirigir el izamiento y militarizar la formación. Presencia amenazante. Algunas colegas estaban contentas: dijeron que ahora iban a ir los chicos y las maestras “como debe ser” a los desfiles, se van uniformar como corresponde y participarán en las fiestas patrias.
Con Violeta Gunset, y por ella, también compartía otro espacio clave en mi formación como persona y profesional en el ámbito universitario: el ex Centro de Orientación Vocacional y Profesional, actual Centro de Orientación Vocacional, en el que empecé como alumna de la Carrera de Pedagogía a trabajar ad honorem. Allí trabé relación con Profesoras y Profesionales muy generosas, con las he compartido el saber y experiencias que me dejaron huellas profundas en lo intelectual y afectivo. Ana María Cipolatti, Ana María Lazcano, Violeta Gunset,  Ángela Pinna, Norma Ordoñez, María Inés Lobo, Gladys Roldán y me olvido tal vez de alguien más. El lapso de trabajo en el C.O.V. y P. ha sido muy fructífero coincidiendo con el Gobierno de Ciapuscio en el Rectorado de la UNT, que nos dio mucha libertad en el trabajo y apoyó muchas acciones del mismo hacia afuera y con otras facultades. Desde ese lugar me inicié como capacitadora, dando cursos que se organizaban desde el COVyP en el área de pedagogía universitaria con la Facultad de Agronomía y la UTN. Allí senté las bases de lo que luego sería mi pasión dictar cursos de perfeccionamiento, involucrarme con la capacitación de otros docentes.
Paralelamente a mi formación en la Facultad  de Filosofía y Letras, alrededor del 2° año, comencé también a instancias de mi colega Violeta Gunset, la Escuela de Psicología Social dirigida por Enrique Pichón-Riviére. Fue también una experiencia fundacional en mi pensamiento, en mi crecimiento personal, intelectual e ideológico. Allí también creé lazos inolvidables para mi afecto e intelecto. Los profesores tanto de Bs. Como de Tucumán han marcado para siempre mi derrotero: Ana María Pampliega, Ana María Sosa, Josefina Racedo, Osvlado Aizicson, Raúl Courel, Cristina Bejas, José Moukarsel tantos más que no recuerdo con nombre y apellido. Porque los que como yo estudiaban, luego fuimos amigos y compañeros en la vida. Ese proceso de aprendizaje de la psicología social me permitió ampliar la mirada, me hizo ganar confianza y terreno en el trabajo con grupos. Incluso llegué a desempeñarme como observadora en los grupos de aprendizaje de la cohorte que comenzó a estudiar en el año 1976. Pero allí también llegó el terror: nuestras compañeras y amigas fortalezas de la Escuela de Psicología Social habían desaparecido: Cristina Bejas y Ana María Sosa de Reynaga. El miedo nos cercaba, pero no nos achicábamos.
Todos estos espacios de trabajo y aprendizaje estuvieron atravesados por las ideas y los pensamientos que ganaron a la juventud y no tanto, con la vuelta de la democracia y la del peronismo al gobierno. En mi casa mi hermano Pipo Pucci militaba de muy joven en lo que se llamó  el PSIN (Partido Socialista de la Izquierda Nacional) con Abelardo Ramos a la cabeza. Incluso se postuló como candidato a Intendente de la ciudad. En  casa confluían personas, amigos y políticos de las más variadas ideologías. Yo no me afilié nunca a ningún partido, pero militaba con el pensamiento, en el trabajo, pensaba.
En la escuela donde trabaje en Bella Vista, mis compañeros empezaron a decirme que ni bien me iba me buscaban personas desconocidas a bordo de un falcon verde. Yo todavía no registraba el peligro y seguía mi vida normal. Continuaba con mi vida de trabajo y de relaciones sociales como de costumbre.
La noche en que vinieron a buscarme con otro “falcon verde” por suerte no estaba en casa. Había concurrido con mis dos hermanos menores, uno de ellos ya casado, a una reunión de gente del partido FIP (Frente de Izquierda Popular) dirigido también por Abelardo Ramos. Cuando regresamos ya de día, encontramos a mis padres aterrorizados. Lo habían encapuchado a mi papá, encañonado a mi mamá y buscando a alguien para secuestrar se llevaron a un pensionista que residía en mi casa en el cuarto de mi hermano menor. No se sabe por qué milagro al joven luego lo soltaron y no se lo chuparon, que si no, no cuenta el cuento. En mi caso, gracias a no haber estado salvé mi pellejo. En la requisa los secuestradores me robaron mi pasaporte y mi máquina de fotos. Eran además ladrones.
Esa situación que revolucionó mi familia y a mí me tenía confusa, sin entender por qué me buscaban, significó el comienzo del exilio. El abandono de la ciudad, de mi trabajo, mis afectos, mis lugares. Mi madre en consulta con mi hermano Pipo, y otro contacto de mi amigo Pichuco Valenzuela Aráoz, coincidieron que lo mejor era partir, no arriesgarme a que me encuentren de nuevo o me secuestren en la calle, cuando volvía de la escuela, pues allí si volvieron más veces.
Luego de estar en Santiago primero, luego en Salta  Capital, me arriesgué y busqué trabajo como maestra. Me seguían vigilando pero me dije: si me buscan que me busquen trabajando o haciendo algo, no desquiciada sin trabajo. Conseguí en Orán, donde me designaron inmediatamente por la escases de maestros en esa época. Allí empecé otra historia. Al comienzo el destierro intelectual, la muda de ideas y el olvido de ciertas formas de vivir, sumado al cambio de contexto social y cultural, me afectaron, pero más tarde recompuse el panorama porque el trabajo siempre honra, permite pensar y difundir a través de mil maneras las ideas que no se olvidan. Además formé mi familia,  con imperfecciones, pero familia al fin; crié mis hijos mientras crecí como profesional a niveles que no me imaginé nunca. Ahora estoy en otra etapa: de vuelta al pago junto a los hijos que ya viven y trabajan aquí. 

                                                 PROF. ANA MARÍA PUCCI


Entrevista de FERNANDO MORELL